Uno de los fenómenos asociados a la globalización es la multietnicidad, es decir, la convivencia en un mismo territorio o ciudad de personas procedentes de diversas áreas del mundo. No es una novedad, sabemos que en todas las grandes ciudades y los grandes imperios de la antigüedad convivían personas procedentes de lugares muy alejados entre sí.
Las migraciones son desplazamientos de grupos humanos que los alejan de sus residencias habituales. Esta definición permite englobar fenómenos demográficos muy diversos, puede referirse a movimientos pacíficos o agresivos, voluntarios o involuntarios. Los mercados “globales” de esclavos han movido poblaciones a grandes distancias en Roma, en el Islam y en los imperios europeos de los últimos siglos. La “conquista” de Alejandro Magno fue una migración violenta de excedentes de población griega hacia Asia, al igual que todas las invasiones, pacíficas o no, de tribus bárbaras hacia Europa. Entre los siglos XVI y XIX, España e Inglaterra utilizaron América y Australia para emplear y dar salida a sus excedentes de población.
Entre las migraciones actuales podemos distinguir fenómenos muy diversos:
El nomadeo se refiere a movimientos habitualmente estacionales, es decir, con periodicidad anual, que realizan grupos humanos a distancias relativamente cortas que nunca superan algunos cientos de kilómetros. Están asociados a sistemas económicos primitivos en los que el ganado tiene una importancia clave. Se cree que en el período paleolítico, en el sistema económico de las bandas de cazadores-recolectores, era muy habitual.
Las migraciones rural-urbanas, del campo a la ciudad, se están produciendo en todo el mundo a un ritmo extraordinario. En 1950 menos del 30% de los habitantes del mundo vivían en ciudades. En el año 2000, 2.900 millones de personas vivían en zonas urbanas, es decir, un 47% de la población mundial. Se prevé que, hacia 2030, vivirán en zonas urbanas 4.900 millones de personas, es decir, el 60% de la población mundial.
Habitualmente se ha considerado «refugiado» a los emigrados por desastres naturales (inundaciones, hambrunas) o artificiales (guerras). Sin embargo la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 restringe mucho la definición para considerar sólo refugiado a una persona que «tiene un fundado temor de ser perseguida a causa de su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opinión política; y que al encontrarse fuera del país de su nacionalidad no puede o no quiere, debido a ese temor, acogerse a la protección de su país». Según se estima, en 2000 había 22,3 millones de personas refugiadas, repatriadas y desplazadas dentro de sus propios países. Al comenzar el decenio, en 1990, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estaba prestando asistencia a unos 15 millones de personas. Finalmente, estallaron varias crisis en el Irak septentrional, la ex Yugoslavia, Ruanda y la región de los Grandes Lagos. A mediados del decenio, Asia fue el continente donde hubo mayor cantidad de refugiados. Posteriormente sólo en Europa, debido a los conflictos en los Balcanes, siguió aumentando la cantidad de éstos. Lo mismo sucede con los grandes desplazamientos incontrolados de refugiados en Afganistán.
Pero la migración laboral internacional es un fenómeno de aún mayor visibilidad e importancia en las relaciones internacionales y en los conceptos de identidad nacional. A escala mundial, entre 1965 y 1990 el número de emigrantes internacionales aumentó desde 75 millones hasta 120 millones, y el aumento mantuvo el mismo ritmo que el crecimiento de la población. Como resultado, la proporción de emigrantes se ha mantenido en todo el mundo en alrededor del 2% del total de la población. En 1990, los emigrantes internacionales representaban el 4,5% de la población de los países desarrollados y el 1,6% de la de los países en desarrollo. Esas estimaciones mundiales ocultan importantes dificultades en cuanto a la medición de la migración.
El Fondo de las Naciones Unidas para la Población cita las siguientes causas que motivan la migración internacional:
- La búsqueda de una vida mejor para uno mismo y su familia;
- Las disparidades de ingreso entre distintas regiones y dentro de una misma región;
- Las políticas laborales y migratorias de los países de origen y de destino;
- Los conflictos políticos (que impulsan la migración transfronteriza, así como los desplazamientos dentro de un mismo país);
- La degradación del medio ambiente, inclusive la pérdida de tierras de cultivo, bosques y pastizales (los «refugiados del medio ambiente», en su mayoría, acuden a las ciudades en lugar de emigrar al extranjero);
- El «éxodo de profesionales», o migración de los jóvenes más educados de países en desarrollo para llenar las lagunas en la fuerza laboral de los países industrializados.
Los efectos económicos son ambivalentes, pero con efectos positivos tanto para el país emisor como para el de destino. En muchos países de destino, se construyen y mantienen industrias e infraestructuras que no podrían realizarse sin la colaboración de la mano de obra extranjera. En el sentido contrario, las remesas de los emigrantes, las transferencias de dinero a las familias que permaneces en las regiones de origen, son frecuentemente una estimable forma de equilibrar las balanzas de pagos en los países menos desarrollados.
A pesar de ello, hay que considerar la emigración internacional un problema grave. En los países receptores suele originar graves conflictos sociales y resurgimiento de ideologías racistas y fascistas. Para los países emisores implica frecuentemente la pérdida de mano de obra cualificada. Pero el mayor coste los sufren los propios desplazados ya que supone habitualmente un desgarro familiar y cultural muy doloroso. Aún más grave es la emigración ilegal en la que el individuo se ve despojado de los derechos más elementales, sometido a la explotación de mafias y delincuentes sin escrúpulos. La tragedia alcanza su clímax en el caso de los que arriesgan y pierden su vida al cruzar las fronteras.
Los riesgos asociados a los fenómenos migratorios son consecuencia de las asimetrías de los intercambios. La asimetría entre los países de origen (en general, de menor desarrollo) y de destino (en general, desarrollados) permite a estos últimos imponer limitaciones severas y unilaterales a la llegada de personas. Además de las trabas que ello significa para la libre circulación de los recursos productivos para los países de origen entraña la persistente inseguridad sobre la continuidad del flujo emigratorio, así como un riesgo de retornos abruptos e imprevisibles.
La asimetría entre los nativos del país receptor y los emigrantes conduce a estos a aceptar condiciones de trabajo leoninas y a sufrir discriminaciones en planos tan diversos como la cultura o los derechos ciudadanos.
Con todo, aunque es evidente que la migración internacional entraña riesgos para individuos, hogares y comunidades -y en tal sentido un enfoque de vulnerabilidad es particularmente pertinente- también es indiscutible que se trata de un derecho, de una opción y de una estrategia usada por personas y comunidades. Más que inhibir la migración, se trataría de favorecer una inserción digna y productiva de los migrantes, aprovechar las remesas en los países de origen (evitando, eso sí, la dependencia estructural respecto de ellas) e impedir que los países de origen enfrenten una pérdida irreversible y sostenida de recursos humanos calificados.
A largo plazo, el objetivo instrumental es reducir el crecimiento de la población, reducir las desigualdades entre distintos países y dentro de un mismo país, estimular el crecimiento económico y la creación de empleos y promover el desarrollo sostenible. Todas estas son medidas que mitigarán de forma sostenida las presiones a raíz de las cuales tantas personas acuden a las ciudades, o se desplazan dentro de sus países, o emigran a otros países. Las estrategias abarcan acciones para ampliar las oportunidades económicas, mantener y mejorar la producción agrícola y ofrecer atención de la salud y educación. Igualmente importantes son las estrategias para resolver conflictos políticos, poner fin a la conculcación de los derechos humanos y promover una gobernabilidad eficaz.
En las sociedades primitivas las tasas de fecundidad y de mortalidad son muy altas pero la diferencia entre ellas es muy estrecha por lo que la población se mantiene estable a largo plazo. Ésta fue la situación de todo el mundo hasta hace trescientos años, pero aún siguen existiendo grupos marginales de población con estos parámetros demográficos. En los países subdesarrollados la tasa de mortalidad desciende mucho más rápidamente que las tasas de natalidad y de fecundidad ya que los avances en la medicina occidental se extienden y se aplican con facilidad mientras que los cambios culturales requieren más tiempo. Como consecuencia de esa disparidad la tasa de crecimiento de la población aumenta de forma explosiva. En los países desarrollados, los cambios culturales y las avanzadas técnicas de control familiar permiten el descenso de la tasa de fecundidad y de crecimiento. Finalmente, las sociedades maduras se caracterizan por tasas demográficas muy bajas y población estable. Ésta es la situación actual en los países más desarrollados.
La situación actual es la siguiente:
En los países avanzados se ha alcanzado el estado de madurez, con la población estabilizada. En algunos países subdesarrollados no existe ningún control de la natalidad por razones políticas, ideológicas o culturales por lo que la población sigue creciendo de forma explosiva. Sin embargo, en la mayoría de los países subdesarrollados, las campañas a favor del control de la natalidad están consiguiendo reducir las tasas de fecundidad; a pesar de ello, como las generaciones jóvenes que alcanzan la edad fértil son mucho más numerosas que las que les precedieron, las tasas de crecimiento de la población continuarán muy altas durante algunos decenios más.
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